– Padre Karras: ¿Por qué esta niña? ¡No tiene sentido!
– Padre Lancaster: Creo que el propósito es desesperarnos; vernos a nosotros mismos como algo animal y feo para rechazar la posibilidad de que Dios pueda amarnos.
El 26 de diciembre de 1973 se estrenó discretamente en salas de Nueva York y Los Ángeles una polémica cinta cuyo vaticino por parte de los productores de la Warner Bros. fue que no solo sería un fracaso, pero que además podría atraer más demandas que espectadores debido al lenguaje soez y el realismo de sus escenas. «El Exorcista», no osbante, solo en este primer estreno terminó por recaudar 160 millones de dólares –algo así como 1,288 millones de dólares en la actualidad, ni más ni menos– y ganó el Oscar a mejor guión adaptado por William Peter Blatti sobre su propia novela basada en un caso real, así como el mismo galardón para mejor sonido. Lo que es más, este film marcó un antes y un después dentro del género de terror, con efectos mecánicos alucinantes para la época y gracias a lo cual no sólo pasó a la historia tanto como una de las películas más aterradoras de la historia, pero también como un referente para el cine hasta la actualidad.
La película comienza en alguna parte de Irak, cuando el Padre Lankester Merri –interpretado por Max Von Sydow– encuentra durante una de sus excavaciones arqueológicas la imagen del demonio Pazusu y es afectado por esta, ante lo cual uno de sus asistentes exclama: “Es el mal contra el mal, padre”. Al mismo tiempo pero al otro lado del globo, una niña de 12 años, Regan –Linda Blair–, comienza a demostrar comportamientos cada vez más extraños que inquietan a su madre y actriz, Chris McNeil –Ellen Burstyn–,que en ese momento se encontraba rodando una película en Georgetown, Washington D.C., razón por la cual ambas vivían temporalmente en aquella cuidad. Luego de que la niña amenazara de muerte a Burke, director de la película de quien Regan sospechaba podía ser el nuevo novio de su madre, esta decide llevarla a una clínica en donde le realizan exámenes psicológicos y neurológicos. Al no encontrar otra mejor razón, una junta de especialista concluye que puede tratarse de un caso de autosugestión y su recomendación es que le realicen un exorcismo, método que había resultado efectivo en otros pacientes quienes al pasar por experiencias similares habían logrado autosugestionarse de tal forma que lograron curarse.
Ilustración de Fiorella Franco basada en la escena de la virgen María vandalizada en una iglesia.
Pero, ¿qué quiere decir eso de “Es el mal contra el mal”? Si bien el hecho central de la película radica en la posesión y, por consiguiente, en el exorcismo de Regan, ella no es la protagonista única de la película. Más bien, creo que la cinta podría ser vista como una película coral, ya que nos presenta a distintos personajes principales: el Padre Merri quien ha visto cómo el mal ha ido ganando terreno silenciosamente en la humanidad, separando a las familias, tentándolos en su vanidad y apelando a sus debilidades y deseos banales; el Padre Damien Karras –Jason Miller– y sus diatribas entre cuidar a su madre y seguir en la insitución católica; la madre de Regan, cuyo nihilismo le impide entender la complejidad del problema de su hija; así como personajes secundarios: Burke, quien cree más en los extraterrestres que en Dios, o el Teniente Kinder, a quien las razones del asesinato de Burke parecen escapar de su entendimiento y de la ciencia policial; pero incluso la Institución Católica en sí misma puede contar como un personaje más, al demostrar mayor confianza en la ciencia cuando catalogan a las posesiones demoniacas como creencias tribales o de religiones más antiguas –incluyendo al judaísmo. En ese sentido, somos testigos durante dos horas de momentos en la vida de todos estos personajes y cómo conviven entre sí, cómo cada uno se enfrenta por su lado a la soledad y a cuestionamientos que sirven en la historia para tratar sobre el eje que yo considero central de la película: la crisis de la fe.
Según como se plantea a través del montaje, esta crisis de fe habría sido ocasionada por el puente que el diablo encontró en Regan para atacar a la humanidad y lograr que se rechace la existencia de un Dios padre amoroso. Pero también aparece esta misma crisis en el Padre Karras: cuando le cuenta a la madre de Regan que además de ser párroco era psiquiatra –gracias a que La Compañía lo mandó, una vez ordenado, a estudiar en Harvard, Bellevue, John Hopkins, “entre otros lugares”–, desempeñándose como psicólogo de sus compañeros en la orden y tanto por esta labor como por sus conocimientos científicos, su fe parece estar en un constante conflicto que alcanzó niveles críticos cuando su madre, quien padecía de edemas cerebrales, falleció en un hospital público, lo que a su vez habría dejado libre el camino para que el demonio entrara también a su cabeza y defeneste su espíritu. Sin embargo, el Padre Karras se logra conmover por el caso de la niña y accede a verla, asegurándole a la madre que él solo practicará un exorsismo si este cumple con los requisitos impuestos por la iglesia y no fue hasta que escuchó en una de las grabaciones que el demonio llama al padre Merri que decide comenzar el proceso. Es así como los antiguos contrincantes, Merri y Pasuzu, logran encontrarse para una batalla final.
Cuando los eventos paranormales están afectando la salud de Regan y todos temen lo peor, llegan ambos curas a la casa ataviados como soldados de Dios para dar inicio a los rituales, no sin antes advertirle Merri a Karras que el demonio intentará confundirlo, que escuchará y pensará cosas que no son reales. Sin embargo, Pasuzu logra mellar en el espíritu del joven Karras durante el enfrentamiento y este debe abandonar la habitación para intentar aclarar su mente, momento que el demonio aprovecha para matar al debilitado Lankester. A partir de la contemplación de esta escena, un trastornado Karras exhorta al demonio a que lo posea a él en lugar de la niña para dar fin a la batalla con su propia muerte. Aunque este es el final de la historia para la joven Regan, quien aseguró no recordar nada de lo sucedido, queda muy claro que no es el final para el demonio, quien sigue habitando el espacio invisible y que, tememos, muy pronto volverá con más fuerza. No sorprende que tras el éxito del film, William escribió una segunda y tercera parte, llegando incluso a dirigir esta última.
Hace 51 años ya de aquel discreto estreno, 51 años ya de esta polémica cinta cuyos efectos prácticos quedarían en la memoria de niños aterrados en el cine durante el verano de 1974 y los niños que durante sus futuras proyecciones en las televisiones de todo el mundo, vimos escondidos y sin permiso de nuestros padres cómo una niña de 12 años se masturbaba, vomitaba y blasfemaba, cómo un cura y psiquiatra –que además era exboxeador, aunque eso escape a los límites de esta reseña–, logró vencer al demonio a costa de entregarle su propia vida. Hace 24 años, cuando, esta película fue remasterizada para un reestreno mundial en el año 2000, y al día de hoy que volvemos a verla proyectada en las salas de la Cineteca Nacional de México, se ratifica la vigencia del terror que se siente por el demonio, la soledad y el temor al abandono de Dios.
Artículo e ilustración por: Fiorella Franco